Dolor y Gloria
Cuando he empezado a ver infectados por el virus ese de la corona, me he cagado. Me he puesto a buscar por casa una máscara que compré para ver al Carrizosa en el Parlament. También he comprado dos litronas de alcohol al 99%, tres cajas de guantes de látex y una garrafa de 8 litros de lejía Conejo. Tengo las manos arrugadas de tanto lavármelas con sosa cáustica y agua hirviendo. Estoy encerrado en casa como una monja de clausura con agorafobia. ¿Yo al hospital? ¡Ja! Esterilizar es mi apellido.
Me he puesto la bata y las zapatillas y he encendido la pipa para inspirarme. ¡Aaaatchiiis! En ese momento, he notado como si un antidisturbios cabreado me hubiese dado con la porra en las costillas. ¡Uy, esto tiene mala pinta! Me cuesta respirar. La suerte que tengo es que Tarragona no es ColauTown y tengo el hospital en la misma calle. En urgencias me han preguntado los síntomas y me han dicho que entrase en un box y me pusiese una bata. Lo he hecho, pero el médico me ha hecho, pero el médico me ha hecho cambiarme: «¿Cuándo ha visto los bolígrafos y mi nombre bordado en el bolsillo no ha sospechado nada?». Se ve que esa era su bata. Una vez aclarado el asunto, me ha preguntado cómo me había dañado las costillas i le he explicado que había sido con un estornudo. He puesto cara seria y se ha ido. Yo diría que él sí que se ha partido la caja, pero descojonándose por el pasillo. A continuación, una enfermera me ha hecho entrar en un cuarto oscuro con una puerta que ponía “X”. He pensado que allí peligraba alguna cosa más que las costillas. Al final, como en Recaudación Municipal: un pinchacito y para casa. ¿Hoy me he currado el titular, eh? ¿Cómo? Ya, que os he explicado la parte del «dolor», pero, ¿Y la Gloria? ¡La enfermera, hombre, la enfermera!