Vivía en Cornellá de Llobregat hace unos cinco años. Para que os situéis… cerca de la Biblioteca Central. Os quedáis igual, ¿No? Pero si os hablo del campo del Espanyol… ahora sí, ¿No, Einsteins? Le pregunté a la mujer qué le parecería venir a vivir a Tarragona. Y ella dijo «¡Guai!». No lo decía porque los alquileres fuesen más baratos, ni porque aquí tuviésemos la Playa Larga, ni un alcalde de Hollywood. Le gustaba Tarragona por la industria. ¿Ah sí? Le dije sonriendo mientras por dentro pensaba «¡Manda huevos!». Sí, sí, cuando me pongo a buscar chica para festejar lo hago bien. Pues sí, a mi mujer le gusta Repsol. Bonito título para una novela. Me di cuenta porque los primeros días en que vinimos a preparar la mudanza ella se quedó enamorada de aquellas chimeneas. Antes, ya había observado que miraba a otro tío con buenos ojos: la Cementera del Garraf, y cuando pasaba por Cubelles con el coche quedaba hipnotizada con la torre. Me ha costado entender esta filia, pero ahora os lo explico. Ya, ya sé que no os importa una mierda, pero a mi tampoco me interesa pasar la ITV y lo tengo que hacer. Música. Yo crecí en una casa que tenía un pino muy alto, y cuando llegué a Tarragona me enamoré de mi barrio por el árbol de la misma especie que hay en la confluencia de las calles Pin i Soler y Ritort i Faus. Si recordamos que mi mujer es de Bilbao y ha crecido viendo Altos Hornos, es normal que quiera a las torres industriales. Tengo que hablar con el Quico para que le enseñe la chimenea. No hagáis dobles interpretaciones. Por cierto, que mi abuelo trabajaba en González-Byass, por eso cuando veo una botella de coñac me pierdo.