Soy cliente de CaixaBank desde que murió aquella bellísima persona de uniforme militar que tiene una fundación y reunía a un millón de personas en la plaza de Oriente. Se ve que un Municipal calculaba los asistentes a una manifestación saliendo del bar y, con una mano a modo de visera, decía: «¡Pues yo diria que hay dos millones!». Después salía su compañero de patrulla: «Hombre, yo diría que entre mil y mil quinientas». Entonces, el sargento sacaba el boli y la libreta y hacía el cálculo final de forma equidistante: «Pues ni pa’ l’uno ni pa’ l’otro: ¡Un millón!».
Si tenéis un hijo de 45 años os haréis a la idea del tiempo que hace que voy a los cajeros de la estrellita. Me parece que entonces se llamaba Caja de Ahorros y Pensiones de Barcelona. Después se llamó La Caixa, posteriormente, CaixaBank y yo creo que al final el eslogan será: «ElAtaud, tu última Caixa». Pues resulta que he pedido una hipoteca. Para que os hagáis una idea de mis ingresos, estaría entre el presupuesto de la Casa Real y lo que cobra un funcionario tipo C. (Esto sólo lo entenderán los gafapastas que saben lo que es un USB). Las multas, el IBI, las matrículas universitarias, la cantina de la URV, los taxis, los alquileres comerciales, los pisos… ¿Por qué en todos lados los precios han bajado muchísimo, pero en Tarragona todo funciona como si fuese Dinamarca? Yo creo que un fiscal calificaría este fenómeno como una distorsión cognitiva. Pero ¡Oh, misterio! Resulta que en la misma Tarragona los sueldos no suben. Pues los «caixeros» llevan un mes y medio estudiando si darme una hipotequita de mierda que he pedido para comprarme una tienda de campaña. Eso sí, con parqué, que si no me coge cistitis.