El famoso coronavirus, aunque comporta grandes desgracias, también nos hará pensar en cosas que no habíamos observado hasta ahora. O quizás sí que lo habíamos visto pero callábamos como «puntas» porque nos interesaba o por pereza de cambiarlas. Me refiero a respetar el espacio personal, eso que no existe en las discotecas ni en algunos camerinos por donde ha pasado Plácido Domingo. De tanto en tanto leo prensa extranjera, como el ABC o el Corriere della Sera. Pues dice el mensajero de la tarde que el gobierno italiano ha impuesto una separación de un metro entre las personas para evitar el contagio. ¡Bravo! Pero estaría bien que la medida se quedase entre nosotros después de desaparecer el virus. También ha creado una división territorial por colores. Poca coña, que igual es la solución que necesitamos. Me recuerda a las facciones de seguidores de las cuadrigas romanas. Y si hablamos de colores en los últimos tiempos… ¿Qué color os viene a la cabeza? Efectivamente, el amarillo. Pues mientras aquí se prohíbe la tonalidad que lleva el gafe a los toreros, en Italia se han atrevido a crear una zona amarilla. Ya veo como os cae una lagrimita independentistas. Tranquilos, todo llegará, confiad en la mesa de negociación como si la dirigiese Leticia Sabater. También han creado la zona roja. ¿Os suena? Es como la que bautizó Franco en las elecciones del 18 de julio de 1936. Si, hombre, sí, aquel referéndum con dos opciones a elegir: o callas o te fusilo… ¿Veis como voy avanzando en mis estudios de Ciencias Políticas en la URV?
¡Ostras! Os dejo, que ha pasado algo gordo. Mi cerebro no puede gestionar el artículo y lo que ha ocurrido en mi móvil: Acabo de recibir una petición de amistad en el Facebook ¡de Agustí Mallol!