Diari Més

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Eso del coronavirus, ja lo dije hace unos días, nos hará valorar situaciones a las que no habíamos dado importancia hasta que no ha llegado el bicho que tiene nombre de una cooperativa vitícola de Duesaigües. Hace un par de años, me presentaron a una psicóloga de la prisión de Brians y, cuando fui a acercar el morro para besuquearla me hizo una cobra y me alargó la mano como si fuese la mujer del preparao. Primero me sentí violento, pero después reflexioné y aquella mujer tenía toda la razón. ¿Por qué has de permitir que un desconocido se acerque tanto y te bese, si cuando saluda a tu marido se queda a un metro y medio?

Tranquilos, que no entraré en el club de los que se la cogen con papel de fumar, aunque con esto del contagio estaría bien hacerlo. Me da miedo opinar de temas relacionados con el feminismo porque es fácil entrar en un jardín más grande que el Laberinto de Horta, pero creo que se tiene que ser valiente. ¡Venga, va! Hay movimientos para eliminar la selección de colores, rosa o azul, en función del sexo del niño, se critican las divisiones de los juguetes por géneros, y se denuncia que algunos uniformes sean con pantalón para el hombre y con falda para las mujeres. Pero nadie dice nada de la costumbre del beso. Eso sí que es una discriminación de las buenas. Resulta que por ser mujer has de permitir que un señor gordo, con barba larga y bigote (me he puesto yo de ejemplo para que nadie se enfade) se te tire encima y de diga a la oreja «encantado». Pues si estás encantado, ¡ves a un santero! Ya, ya sé que me diréis: y en Rusia? Que se comen la boca tres veces? No hagáis caso, que puedes esperar de gente que se baña desnuda en agua helada, desayunan con vodka y son de izquierdas.

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