Estoy enfadado. Podría salir de casa porque tengo un brazalete del Ministerio del Interior y un chaleco donde dice bien grande «Prensa» y un documento de autoresponsabilidad muy autoresponsalbe. Pero no salgo. No lo necesito. Podría pasar meses encerrado y no hay que ser Colombo para saber que los pasaremos. Yo no tengo problema: tengo diez libros para leer, cuatro recetas para probar, seis series para ver, dos libros para escribir y un algarrobo de Las Molas que cuido muy bien porque será lo que comeré de aquí a unas semanas. Sí, sí, el Mercadona está abierto, pero no regalan la comida.
Estoy enfadado porque soy de los que miran mucho los videos que corren por las redes. Dos de estos vídeos me han hecho levantar de la silla. Uno es el de un policía pegando una bofetada a un ciudadano que había ido a comprar cervezas. Me ha recordado a una señora que me explicaba que en los años cuarenta un agente le pegó un puñetazo a su padre porque hablaba en catalán. Que las falsas medidas de confinamiento no nos hagan perder los derechos fundamentales que tenemos como ciudadanos, entre ellos, que no nos golpeen en la calle. He dicho falsas medidas porque ayer en el TSJC un jurado popular daba un veredicto y los concesionarios continuaban abiertos. Estoy enfadado porque he oído a un médico diciendo que los políticos son unos malditos por no confinar zonas de elevado contagio. Él les propone que se pongan en la puerta del Hospital de La Paz a recibir pacientes infectados con las mismas medidas de protección que tienen los sanitarios y aplicando los mismos protocolos que los expertos han creado. Por último, ahora que lleváis encerraditos en casa una semana, ¿Ya os hacéis a la idea de lo que han pasado los presos políticos? Estoy enfadado.