En las ruedas de prensa de cada mañana falta el abuelo del anuncio del Werther’s Original que, al finalizar, lean un capítulo de «El Cantar del Mío Cid». Estamos en un país que vive la realidad como si fuese una peli americana de academias militares con sargentos negros que gritan mucho. Cuando juré bandera en Sant Climent y canté el Ardor Guerrero, no me sentí nada héroe, sino más bien como un torero a quien le cortaban la coleta.
Estamos rodeados de gente que trabaja en lo que pone en su contrato que ha de trabajar, pero que insisten en querer un reconocimiento heroico. Pues, lo siento, sólo lo conseguirán con actuaciones dignas, no por el hecho de llevar una banderita. No hablo de los sanitarios (ahora me he puesto la mano en el corazón). En una situación sanitaria de emergencia, me la pela que me digan que el preparao es el primer soldado del Estado. El segundo ya lo conozco, está en Suiza. Yo también soy un soldado en la reserva, pero en caso de guerra, no de pandemia. Tampoco me gusta ver a jefes policiales -catalanes también- sacando pecho de actuaciones mínimas contra los que se pasan por el forro el confinamiento. En una población de millones de personas es normal que cuatro descerebrados salgan en bicicleta. Dediquémonos a encontrar a los hijos de puta que abandonan abuelos en geriátricos y los dejen muertos en sus camas. Las grandes operaciones las hace la gente como Giampiero Giron, un médico de 85 años que dice que si tienes miedo, mejor no te dediques a eso. También hay otros héroes en la sociedad que nunca son mencionados, como el personal de limpieza que cada mañana desinfectan las oficinas, supermercados, hospitales, residencias… ¿Simples mujeres de la limpieza? Tan heroínas como el Cid Campeador.