Sé bien lo que es un virus por experiencia propia. Os pongo en situación: soltero, solo en un apartamento en Canarias, en un entorno vecinal donde para encontrar a alguien que hablase la lengua del imperio tenías que dar más vueltas que Frank de la Jungla. Rodeados de gente que hablaba finés y sin amigos. ¿Chicas? ¿Eso qué es? En el supermercado todo lo que había era alemán, sueco o turco. Así que cada semana probaba una de aquellas porquerías de nombre impronunciable para ver si era comestible. Después de dar más vueltas por el súper que si estuviese buscando un libro para leer en una biblioteca griega, acabé comprando un embutido que hacían con los pies en la Selva Negra y que se llamabaSwartzWaltz. Fue abrir uno de aquellos paquetes y el mundo se acabó, todo quedó a oscuras. Me desperté sobre la mesa y sin poder respirar. Al intentar levantarme, caí al suelo porque no tenía equilibrio. Paralelamente, todo empezó a dar vueltas, como si estuviese en una centrifugadora y al meterme en la cama sólo hacía que vomitar. Por fin, con mucha calma, encontré la postura en la que el mundo parecía estabilizarse y así pasé tres días más quiero que la estatua del yayo de la Rambla. Me arrastré por toda la casa para llegar al teléfono y pedir que alguien me llevase un medicamento y agua. Recuerdo que el médico del RACC me comunicó que tenía un virus en el oído interno, donde se gestiona el equilibrio y el vómito. ¡Maldito Virus! Al cabo de unos días, conseguí salir de casa a primera hora de la mañana, caminando como podía, cogiéndome a las paredes y haciendo eses llegué al taxi que me llevaría al hospital. Entonces oí a una señora que me miraba como la Cayetana:«Estos turistas, mira la hora que es y ya van borrachos».