He pensado en las historias que han quedado a medias con el confinamiento. Historias de amor de personas que se conocieron hace dos semanas y que quedaron para «la semana que viene». He pensado en la gente que había encargado un libro, un vestido de novia, un coche espectacular en un concesionario o que esperaba incorporarse en el trabajo de su vida. Me imagino las imprentas que han trabajado a tota máquina para llegar a Sant Jordi y que ahora no podrán enviar los libros a las distribuidoras y las distribuidoras no los podrán enviar a las librerías, ni las librerías a los lectores. Imagino los congeladores de los restaurantes llenos de comida que esperan comensales que llegarán tarde y mal.
La vida se ha paralizado. Nunca habíamos imaginado que esto pasaría. Formaba parte de una novela de ciencia ficción. Con el tiempo se empezarán a ver hierbas por las calles. La última vez que salí de casa fue el día 16. La estación de Sants me pareció un lugar apocalíptico, no había nadie. Una escena de «Soy leyenda» de Will Smith, o aquella Gran Vía de «Abre los ojos». He imaginado un mundo sin internet, sin electricidad, sin diarios… sólo el campo, el mar y la montaña. Que cuando de preguntasen algo no pudieses mirar la Wikipedia y el conocimiento volviese a tener valor. Quizás nos convendría volver a recoger avellanas y setas, respirar, pararnos en medio de una calle y oír el viento. Ir al Serrallo a esperar la llegada de los pescadores y que los payeses bajasen por Rovira i Virgili con carros cargados de verdura. Ver a los niños jugando en la calle con pelotas (Que en son de bones!) No creéis que nos convendría vivir un poco en el pasado?