Diari Més

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Cada día a las ocho aplaudo en la ventana como si ya hubiesen devuelto la cuota a los autónomos. Después vuelvo a la oficina a trabajar. Estos días estoy entretenido porque necesito ver a Franco. Tranquilos que no hago güija, es para un trabajo de la URV. Así que enciendo la luz, pongo en marcha el ordenador e introduzco el siguiente DVD de la colección del NO-DO que me regalaron. El noticiero es como un Netflix de bigotitos, abrigos largos y gente pidiendo taxis. Hoy, mientras tomaba mi dosis diaria de Alzamiento, la luz ha empezado a parpadear, como si pagase la factura de Endesa tirando monedas por una ranura y estuviesen indecisos sobre si cortarme o no la luz. De repente, ¡Pluf! Ha petado. «Cariño, ¿Dónde están las bombillas?». «¡No hay! Se tienen que comprar». Me he dado cuenta que son como el preparao, no esenciales, y, por tanto, no me podría comprar una aunque tuviese más dinero que Amancio, el delantero del Madrid. ¡Mira! Otro que salía en el noticiero en blanco y negro. A oscuras y mirando el NO-DO me sentía como en el cine Coliseum en 1967.

Entonces me he acordado de una lamparita que me compré en un «chino». La he sacado de la caja y la he rociado con alcohol por si acaso. La he enchufado y ha petado. Estresado, he entrado en internet para buscar bombillas pero el router tenía más luces rojas que el club «Momento’s» y, sin internet, ya me he imaginado a Eudald Carbonell viniendo a mi casa a estudiar la vida prehistórica. ¿Qué le pongo para comer? ¿Una tortilla? Ah no, que debe hacer la dieta paleo. Lo he dejado todo y he ido a ducharme para quitarme el tizne del petardo chino. Mi mujer me ha encontrado arrodillado delante del grifo. «¿Qué haces?» «Rezar para que no se estropee la caldera».

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