Diari Més

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Era de noche y los neones del «Corasón» se reflejaban en las oscuras aguas del Mediterráneo. Iba paseando con Vinicius de Moraes por la playa Larga, él con una cachaça en las manos y yo con un Habana 7 con cola. Me estaba explicando que en el cielo disfrutaban de una renta mínima que les permitía no trabajar, cuando deseamos por unanimidad un «buenas noches» a una mujer rubia, muy alta, que se acercaba por la arena con un vestido de lentejuelas y unos tacones de aguja. Fumaba con una de aquellas boquillas largas de las pelis de los años 50 y llevaba unos guantes de seda perfectos para ir a vendimiar. Por encima de la mascarilla se podían ver sus ojos azules enmarcados con un caro rímel de Chanel. Parecía que buscaba a alguien, pero no se atrevió a preguntarnos. Al llegar al asfalto, subió a un descapotable sin puertas, diría que era un BMW Z1 del 89, negro. Salió disparada, yendo y viniendo de la N-340 con la rara habilidad de mantener el cigarro en la boca. Vinicius recordó que era tarde y desapareció chasqueando los dedos. Gilda bajó del coche y caminó hacia mí. «¿Es usted Peñalver»? Me asusté pensando que era un mosso de paisano y me excusé diciendo que iba al Mercadona. Ella sacó un sobre del pequeño bolso dorado y me lo puso en la mano. «La Generalitat tiene el placer de comunicarle que se le ha concedido una ayuda de 537,84 euros en concepto de autónomo afectado económicamente por el coronavirus».En aquel momento, nuestras caras se iluminaron con fuegos artificiales y, cuando íbamos a hacer el amor, noté que me estiraban de los calzoncillos: «¿Y los cubatas quien los paga? ¿Eh, Humphrey Bogart?».

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