Está de moda el mal perfume en frasco pequeño. Si no habéis entendido nada es que no conocéis el refranero español que quiere decir que los que son bajitos, como Pujol, son gente de calidad. Intento recordar para meter en el saco a otros, como Núñez, Montilla, Aragonés, Alonso y Cuevillas. Ya sé que no está bien eso de hablar del físico de las personas, que se tiene que valorar lo que hacen, pero, cuando yo voy a la planta joven del Corte Inglés a mirar jerséis, no me envían a las tallas grandes porque sea un escritor ingenioso con una gran calidad humana.
Nos ha dejado el presunto torturador franquista Billy el Niño. No digo nada porque vendrán a casa a detenerme, no olvidéis que lo invitaron a una celebración policial hace poco. A diferencia de «ellos», yo no celebro la muerte de nadie, sea quien sea, sólo espero que Marlaska no le conceda ninguna mención honorífica póstuma. Aunque no me extrañaría un pelo. Que guarde las medallas para los que cascaron en los colegios. Durante cuarenta años, como en el caso de Paquito, todos hablaban de las «hazañas bélicas» sin hacer nada, como si la ignominia fuese una marca de gomina. Seguimos.
El Pequeño Nicolás, otro pequeño que también ha hecho lo que le ha dado la gana en este país y se lo rifan en la tele. Estafas políticas, falsedad documental, usurpación de funciones públicas, de estado civil, soborno, tráfico de influéncias… ¿Se habrá hecho amigo de Junqueras en prisión? ¡Ah, no! ¡Qué tonto! Si no ha entrado en el «chabolo». Finalmente, tenemos al Niño Becerra, el economista que hace años que profetiza el apocalipsis. Exactamente el mismo tiempo que hace que nadie le escucha, bueno, sólo la niña de Rajoy, que ahora es CEO en una fábrica de «chuches».