Hola amigos, os comunico que además de haber nacido en Jerez, que eso ya es un buen inicio, también os diré que pertenezco al baby boom. Creo que tengo que fardar de eso, lo pondré en mi tarjeta de visita, debajo de «periodista-criminalista». Como estoy en la universidad, comparto ratitos con gente de la generación millennial. No, no penséis que ahora criticaré a los jóvenes porque no saben lo que es una llave para abrir latas de anchoas o una mariconera (ep, que la palabra está en la RAE). La mayoría de estos chicos y chicas tienen más cabeza que yo y la suerte de no haber visto gente en el Congreso pidiendo taxis mirando al astro rey. ¿Cómo? ¡Ah! ¿Todavía están?
Pues sí, la vida es muy diferente de los años 60. Por ejemplo, esto de Amazon, una comodidad moderna que no tiene nada que ver como cuando mi padre encargaba pollo, lechuga y champú por aquel teléfono negro de baquelita al colmado de la calle Santa Anna de Reus. Al cabo de pocos minutos aparecía un hombre con una caja y un lápiz en la oreja. También tenía un tío que trabajaba en una base americana y si quería alguna cosa tecnológica nueva, se lo encargaba y me lo traía a casa. Ahora que pienso… no era tan diferente de ahora. También recuerdo como la policía armada cascaba en los años setenta y como el círculo de hoteleros cercanos a Franco tenían vía libre para construir donde le pasase por la Punta Umbría. «Prevaricación» era una palabra que el académico de la letra P de la RAE todavía no había inventado. Las influencias del poder en el mundo de la hostelería eran de escándalo, no como ahora. Por suerte todo eso ha desaparecido. ¿Qué? ¿Qué no? ¿Dónde, en Madrid? Será mejor que deje de escribir hoy y me dedique a preparar las vacaciones: «¿Meliá? Sí, mire, quería una doble suite a 25 euros… ¡Imbécil lo será su padre!»