Tribuna
El virus del odio
Diputat del PSC per Tarragona
Este lunes la sede nacional del PSC amaneció atacada con material incendiario. No es un hecho aislado, lamentablemente. Los locales socialistas han sido víctimas estos últimos años de decenas de ataques vandálicos. La misma Generalitat señala que el 60% de los ataques a sedes de partidos políticos ocurridos en Catalunya en los últimos dos años han tenido como objetivo al PSC. Somos, parece, el gran enemigo a batir por los intolerantes y fanáticos sectarios de todo signo.
Estas últimas semanas hemos tenido que afrontar como sociedad los efectos del virus del COVID-19. La inmensa mayoría de las personas, a pie de calle, han dado lo mejor de sí mismas en la lucha contra la pandemia pero también hemos visto como algunos (ir)responsables políticos utilizaban la tragedia para atacar, por tierra, mar y aire, al Gobierno de progreso. A toda costa y sin escrúpulos. Se ha llegado a decir que «el Gobierno está reteniendo material sanitario» (es decir, que son unos asesinos), se ha pasado –¡en cuestión de días!– de pedir el confinamiento total de la población a votar en contra de la vigencia del estado de alarma que permite, precisamente, ese confinamiento. Incluso se ha llegado al ridículo de acusar al ejecutivo de «humillar o los catalanes» porque un fin de semana el total de mascarillas que se hacían llegar a Cataluña coincidía con un número cabalístico del nomenclátor nacionalista.
«¿Pero hay alguien que se crea estas cosas?», me decía un amigo, con sorna, después de escuchar al conseller Buch exponer su singular teoría de la conspiración de las mascarillas imbricada con el fin de la Guerra de sucesión española. Uno cree lo que está predispuesto a creerse, decía Maquiavelo. Predispuesto en función de lo que quiera y necesite creerse para justificar su propio relato.
El gran blanco, la diana número uno, el tótem a batir, es el presidente Pedro Sánchez. Y en eso coinciden plenamente –oh, sorpresas de la vida– tanto el señor Torra como el señor Casado, el señor Puigdemont y el señor Abascal, para los cuales Pedro Sánchez es «un mentiroso, un insensato, un felón, un traidor, no tiene credibilidad, etc, etc».
Vaya por delante una evidencia: en democracia la crítica es necesaria e imprescindible. Nadie está pidiendo un cheque en blanco o loas a la sabiduría de un dirigente político. En absoluto. Ahora bien, una cosa es la crítica constructiva formulada para rectificar, corregir y avanzar y cosa muy distinta son los insultos, las descalificaciones, las amenazas y la ridiculización permanente del considerado «otro».
Es tristísimo ver como algunos no tienen nada que ofrecer, ni tan siquiera en estos momentos realmente históricos, excepto odio. Creo que todas y todos ya estábamos acostumbrados a las acusaciones más delirantes provenientes tanto de la extrema derecha como del independentismo radical pero ahora, realmente, se ha traspasado un límite. Porque algunos se dedican a vapulear y estigmatizar de la forma más burda al Gobierno en medio de una crisis. Están dispuestos a lo que sea con tal de presentar al presidente como un mentiroso y un insensato. Esto no es política, es algo lamentable por su cinismo porque este mismo presidente se está dejando la piel negociando con sus homónimos europeos las condiciones de las ayudas que tienen que venir de la Unión Europea y que necesitamos como el aire que respiramos. Y tanto el señor Casado como el señor Torra saben, o deberían saber, que su responsabilidad no es poner palos a los ruedas o debilitar nuestras reivindicaciones sino ayudar a lograr aquello que todos coincidimos que es bueno y necesario para el país.
No permitamos que el virus del odio se extienda. Las y los socialistas defendemos la dignidad y la honorabilidad de las personas que no piensan como nosotros. Estamos convencidos que esta dinámica política cainita que quieren imponer algunos tanto en Madrid como en Barcelona tan solo restará y todos saldremos perdiendo. No caigamos otra vez en los mismos errores. La crisis derivada del virus es de tal envergadura que requerirá del esfuerzo de todos, también desde la política, para afrontarla con éxito. Y eso quiere decir aparcar las diferencias para sumar todos juntos y lograr cuanto antes mejor volver a situarnos en la senda del progreso y del bienestar social. Exactamente como hemos visto estos meses en los hospitales y centros de atención primaria, en la calle y en los domicilios particulares donde tantas y tantas personas han dado una muestra de dignidad colectiva que realmente impresiona. Inspirémonos en su ejemplo.