Montilla me recuerda aquel abuelo del anuncio de Ikea que arrastraba una silla roja. En un primer momento, el hombre prácticamente no se mueve de un banco del parque desde donde tira migas a los pájaros, pero después se espabila y, no sé como lo hace, pero ha acabado comiendo gracias a otros «pájaros». Yo, viendo que las pulsaciones del Jose no pasan de 45 por minuto, pensaba que cuando se jubilase iría a Córdoba a recordar batallitas a 42 grados y mirar obras mientras bebe de un botijo. Pero no, probablemente no necesitará el botijo, porque tendrá un buen cántaro en la fuente de dinero que le va a caer en la oficina con aire acondicionado donde trabajará en una situación mucho mejor que la de otros políticos que tienen un aire, como lo diría… más «condicional».
Tengo muchas cosas en común con Montilla: los dos somos andaluces llegados a Cataluña en 1971, igual hasta íbamos en el mismo tren, lo he tenido como alcalde en Cornellá y me he movido por el barrio de Esplugas donde vive. Un día hablé con él con una copa en la mano, era en Capçanes hace diez años, y me pareció un hombre tranquilo. Ya, ya lo sé, no hace falta ser Colombo para verlo. Vuelvo a empezar: él inspiró el nombre de una zona de la Luna: el Mar de la Tranquilidad. No me lo imagino corriendo delante de los grises, o haciendo pintadas en la clandestinidad comunista de los años 70, claro que viendo a Raikkonen tampoco diría que conduce a 300 km/h. Los dos hemos dejado interruptus los estudios de Derecho, pero la diferencia es que a mi me han rechazado en lugares oficiales por no tener el título y él ha podido ser Ministro de Industria. Otro tema en común es la jubilación. Él cobrará 160.000 euros y yo tendrá una pensión de 750 euros al mes. Salgo hacia Ikea a comprar una silla roja.