Diari Més

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La convención de periodistas tenía como colofón una comida en una caseta de la Feria del Caballo de Jerez. Después de los postres, saldríamos hacia el aeropuerto para volver a casa. A mi lado se sentó un compañero, más listo que el hambre, y con la difícil virtud de ser más charlatán que yo. Como la circunstancia me obliga, he de ser discreto, por eso le llamaremos simplemente «crack». Aquella caseta de la Feria era una multitud pidiendo a los pobres camareros, que no daban abasto. Crack, un hombre capaz de venderle una suscripción de «Sàpiens» a Juan Carlos I, me dijo: «Te enseñaré a sobrevivir en estas situaciones». Se metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda, la puso en la mano del camarero, le miró a los ojos y le dijo: «Aquí, que no farte de ná». Y aquel camarero parecía Charlot en «Tiempos Modernos»… venga fino, venga berza, fino, berza, berza y fino… Hasta que oímos gritar al que dirigía el cotarro: «¡Venga! ¡Todos para el aeropuerto!». Vi que mi compañero no se movía. «¡No me puedo levantar!». ¡Ostras! Estaba claro que perderíamos el avión, y no es que el aeropuerto de Jerez sea Heathrow como para coger otro en media hora. Yo empecé a reír, lo cogí, y poco a poco se pudo levantar. Después de aquella, vivimos otras «aventuras», como una noche en Santander que salimos a quemar la ciudad y parecía que San Pedro nos hubiese oído, porque nos calló un chaparrón del demonio que nos dejó empapados en una marquesina de bus. Ayer mis ojos parecían aquella noche de Santander, mojados al saber que mi amigo hace más de 70 días que está en la UCI. Crack, no me digas otra vez que no te puedes levantar. ¿Sabes qué? Creo que cogeré un euro y le diré al médico: «Aquí, que no farte de ná».

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