Siempre me pregunto qué coincidencias astronómicas confluyen cuando temas de los que no habías oído hablar en años, de repente, toman mucho protagonismo. No, no hablo del Procés, hablo de los cocodrilos.
El pasad mes de noviembre se casaba una amiga y me propusieron ser Morgan Freeman en el papel de Paseando a Miss Daisy. Como es preceptivo en estas comarcas, «lo seu», es hacer las fotos en el Parque Samà, «la seu» de los acabados de condenar después de jurar ante el Ser supremo. ¿Qué? No, no es Marchena. Y para el parque que nos fuimos con un BMW que no podríais pagar con 1.000 años de ingreso mínimo de subsistencia. Mientras los novios posaban, a mi me «posaban» un Yzaguirre en el bar del parque. Me acerqué el vaso a la boca, me di la vuelta y estuve apunto de estucar las paredes con patatas fritas y olivas cuando vi un cocodrilo enorme allí pegado a la pared. ¡Debía tener unos cinco metros aquel bicho! Sí, soy «exagerao» como andaluz que soy. ¡Hombre! En casa estoy acostumbrado a ver alguna salamanquesa en casa, que también es asqueroso, pero no te deja descuartizado como un pollo. Hace unas semanas, recibí un comunicado del Gobierno Civil diciendo que habían intervenido aquella lagartija de la NBA. Curioso, pero en aquellos días la Guardia Civil buscaba un cocodrilo en el río Pisuerga. Que yo he ido a Valladolid algunos años de vacaciones y diría que es difícil que haya un reptil, porque aquello está lleno de águilas. Pensé, «¡Ostras! Debemos estar en la semana del reptil del Corte Inglés» porque… no he acabado: resulta que leo un titular que dice que un tarraconense se enfrenta a una multa por querer vender un cocodrilo disecado. Y, ya, «pa rematar», murió el actor Mark Blum. ¿Cuál es la peli que lo hizo famoso? Cocodrlo Dundee.