Hoy os hablaré de la vida de pueblo. Empecemos por el principio: «Valverde de la Sierra, municipio de 33 habitantes en la provincia de León. Situado a 1.360 metros de altitud». No creo que conozcáis ese sitio, porque a duras penas sabéis dónde esta Els Valentins, como para preguntar por un sitio a mil kilómetros hacia el Oeste. Ahora sí, seguro que sabéis que a la misma distancia hacia el norte está Waterloo. ¿Eh, pillines?
En Valverde e la Sierra vive mi suegra, que -mira que son pocos-pero siempre hay alguien que va a gorrear sal, jamón o cualquier cosa. Son como los CDR, que son pocos pero se mueve mucho. Hace poco que he empezado a recibir por WhatsApp videos virales que provienen de su teléfono. Cuando yo fui había zorros, lobos, osos, serpientes… pero del wifi ni rastro. Ahora Movistar le ha colocado una bonita parabólica. Me he imaginado a un operario vestido como Amundsen porque el invierno se inventó allí.
Mientras yo aquí, en casa, oigo las fiestas de los estudiantes de la URV que viven de alquiler, ella tiene unas paredes de tres metros de grueso, que si atranca la puerta como Dios manda, ya pueden venir los Geos, el GDI y el FBI, que pasarán una semana golpeando con aquel tronco que utilizan como llave. Ayer, ya empecé a cabrearme porque me ha enviado una foto de la oficina que se ha montado. La ha comprado por Amazon y no ha tenido que discutir para que se lo suban, como tengo que hacer yo. La suegra tiene lavaplatos, mientras yo debato la independencia con el estropajo. Ahora, cuando me ha dicho que no ha podido coger el teléfono porque estaba en el sillón de masaje la he mandado a freír espárragos. No pienso volver a ver un 30 Minuts de TV3 que hable de la tristeza de vivir en un pueblo pequeño. ¡Y una mierda!