En estos días de Covid-19, tu agenda, tú y el mundo sois como las Trillizas de Oro de Julio Iglesias, que crecieron a diferentes velocidades. Tu antes escribías «Día 2 de agosto, 20 horas, cena en el restaurante El Tenedor Flácido» y excepto que haya un golpe de estado de los de verdad, tu cenabas. Ahora no, ahora tu apuntas lo mismo, pero mientras escribes tiemblas más que Pedro Sánchez firmando una nueva petición de estado de alarma. No os lo he dicho pero el Tenedor Flácido está más lejos que mi jubilación y he de alquilar un coche (porque tener coche hoy en día es de antiguos). Entonces vas al lugar donde los alquilan, que curiosamente se llama «rentacar». Entonces, ¿cómo tendrían que llamarse el lugar donde los lavan? ¿Túnel de alquiler? Bueno, a lo que íbamos: eliges el modelo, los kilómetros y el seguro, y viene la pregunta que no querías oír: «¿Para qué día es?». Entonces un sudor frío recorre tu espalda y dices balbuceante la fecha que has apuntado en la agenda. El empleado levanta la cabeza a cámara lenta y te clava la mirada. Los dos, sin palabras, pensáis «¡No te lo crees ni tú!». Finalmente, la cosa queda como nuestra república, «en suspenso».
Tan grave es la cosa que los académicos de la lengua de la RAE han eliminado ya el tradicional «Si Dios quiere», y lo han cambiado por «Si la Covid te deja». Tu montas una comida para 30 amigos, y después de confirmar más que el Obispo de Olot, y de preguntar si quieren pescado o carne, para que el restaurante no compre el protagonista de «Tiburón II» si la gente prefiere los callos de cerdo. Finalmente, pones la tele, sale el hijo de Albert Einstein y a ti te vuelve a caer una gota caliente por la espalda. Pero no es miedo, es que te están meando encima.