Diari Més

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Ha habido un ratito en la Rambla, mientras firmaba libros, que no pasaba nadie. Ya me habían entrevistado los de Tarragona Radio, la Tele3, el Siré, el Gosalbez, la Ribas... sólo faltaban la televisión rumana y el de radio Tabarnia. También había acabado la conversación con las tías-abuelas que muy amablemente dicen que leen este artículo, como Mercè o Maribel. Las besaría todas hasta desgastarlas. Para mí, ya son de la familia, especialmente las que se han gastado 14,90 euros en mi libro. Me he quedado cara al sol, contemplando los áticos de los edificios que tenía en frente. Hay un mundo en la otra «parte alta» de la ciudad, donde viven cuatro privilegiados, como Marcel. Entonces he notado que me daban golpecitos en el brazo. He abierto los ojos y tenía una trompeta en la mano y estaba en un pub de la calle Bourbon de Nova Orleans, en el French Quarter. ¡El del piano, el contrabajo, y el del saxo gritaban «va, que te toca! ¿Qué haces mirando a la gente? Tiraaa»!. Me he puesto la trompeta en la boca y ha salido una especie de Santa Espina estilo Dizzy Gillespie. Al acabar, me he querido desinfectar con el gel y he tirado el tarro como si diera un calambre: ¡mis manos eran negras! Era la versión jerezana de Louis Armstrong y la gente aplaudía con fuerza mi actuación, especialmente la primera fila: llena de políticos independentistas. El Puigdemont tenía mi libro en la mano y yo he gritado que había comprado su «kilo» de explicaciones. He saltado desde el escenario para firmarle y me he golpeado la cabeza. He abierto los ojos y he visto a un palmo la cara de Joan Cavallé: «Ei, Moisés, que ya hace una hora que te tenías que haber marchado. Recojo el bote de gel del suelo y sácate el boli de la boca»!.

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