Los que tenemos miedo de cerrar sesión con el tema de la Covid, hace cuatro meses que, como los perritos, sólo salimos a mear al jardín y le ladramos a la mujer. Haré una pregunta incómoda: ¿No creéis que después de tantos días de mirar la tele desde el sofá y rascarnos la flauta es una animalada hacer vacaciones? Vaya, como si nada hubiese pasado. Creéis que eso es subir el país, eh, pandilla de gamberros. Estoy hasta el moño de tomar como referencia de normalidad que las terrazas, los bares y las discotecas tengan gente o no. Después vienen las playas y aquellos corresponsales de guerra de Antena 3 diciendo: «Pues aquí, en Benidorm, la situación está normalizada». ¡Pasad la sangriaaa! Después están los de los aeropuertos que marchan a fumar porros a Jamaica y se quejan de que el avión sale tres cuartos de hora tarde. ¡Ves andando y verás si vas a necesitar marihuana! Los informativos no entrevistan a jornaleros sin vacaciones (domingo murió uno de calor), les preocupa más si la cerveza está bastante fría en Gandía. Mientras tanto, Sor Lucía Caram, Cáritas, Cruz Roja y miles de voluntarios piden y reparten comida a familias que se han quedado sin ERTES, ERTOS y, como diría un argentino, con el ORTO roto.
Alguien se ha preguntado, por ejemplo qué hemos hecho los freelance? No, porque no servimos cervezas, ni ponemos crema a la gente en una hamaca. No me extrañaría que familias que han perdido a los abuelos digan aquello de «es ley de vida» antes de cargar la nevera de la autocaravana. Me gustaría que por arte de birlibirloque ¡Pluf!, cuando fuesen a mear al lavabo se mirasen al espejo y tuviesen 93 años. Yo les daría una palmadita en la espalda y preguntaría con sorna: «¿Cómo estás, campeón? Recuerda que te quedan tres semanas».