Diari Més

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Si eres sensible y creativo, ser un llorica va en el paquete. Intento evitar eventos para que no vean a la Heidi que se esconde detrás de mi barba, pero un día me engancharon. Era la celebración, en el Auditorio de Salou, del 10º aniversario de TAC12, una tele donde colaboraba mi caspa. El salón estaba lleno de corbatas, cargos y super-sueldos, pero alguien destacó sobre todo aquel prestigio: se llamaba Ernesto Duarte. ¿Quién era Ernesto? Un jugador del Nàstic Genuine, un futbolista que declaró sentirse orgulloso de trabajar en una pizzería. Su dignidad provocó que se me mojase la cara de lágrimas, como si Chanquete hubiese muerto otra vez. Aquella ilusión dejaba en evidencia que la discapacidad intelectual la teníamos nosotros, los de la sala, protagonistas de un mundo materialista y sin emociones. No escribí del tema para que Conxita, de la Basf -alma mater del Genuine- no pensase que le hacía la pelota para obtener algún beneficio empresarial.

En 1986 salió en el Times un artículo del tamaño de una caja de cerillas firmado por un tímido «Momo». Fue el primer artículo firmado por un servidor, una crónica del Móra d’Ebre de tercera regional. Aquel recuadro, un breve de 10 cíceros, era mi tesoro y viajaba recortado en mi cartera. Me ha escrito Álvaro Solà, un chico que quiere ser periodista y que se define como un discapacitado con TDAH. Tiene tanta pasión por sus artículos «¡Ei, que ya he escrito 23!» que me ha recordado aquel primer «Momo». Le he hecho cinco preguntas a Álvaro y me he dado cuenta, como en el caso de Ernesto, de lo mucho que tenemos que aprender de ellos, especialmente de su concepción de justicia social, de periodismo, ¡Ah! ¡Y de pizzas!

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