«¡Tranquilos! ¡Tranquilos! No parecen peligrosos», gritaba Pau Ricomà ante la nave humeante que había caído en el estanque de la plaza Imperial Tarraco. La rodeaban los Mossos y los guardias civiles que habían corrido des de la puerta del Gobierno Civil. No tardaron en llegar Quim Torra, Miquel Buch y un empleado de la limpieza, que frotaba con un trapo la plaquita de la puerta de la nave donde se podía leer: «Riudoms 3978». El alcalde gritó: «¿Venís en son de paz o en plan de guerra? La pequeña escotilla se abrió y de dentro de una humareda salieron tres personas con vestidos espaciales. «¡Coñe, Arias Navarro!», gritó Quim Torra. «¡Hostia, el Fraga!», dijo Buch. Al fondo se oyó una frase inconfundible: «Puedo prometer y prometo», y todo el mundo gritó «¡Suárez!». Los tres astronautas exclamaron: «¡Independentistas!». El guardia civil dijo por lo bajini «Yo no». Los tres políticos catalanes gritaron «¡Franquistas!», y un mosso murmuró «Yo no».
Vino un autobús de la EMT y todos se fueron a comer una paella en la Playa Larga. Los visitantes explicaron que la URV (Universidad de Riudoms y Vinyols) había reconstruido sus ADN, y eran dobles de los del pasado. Tenían la misma fisonomía que los franquistas, pero eran de extrema izquierda con un gran éxito en las urnas. Iban caminando hacia el bosque de la Marquesa cuando, de repente, divisaron un enorme libro clavado en la arena con la leyenda «Constitución de 1978». De rodillas y con las manos en la cabeza exclamaron: «¡Maniáticos! ¡Lo habéis destruido!». Buch aprovechó para vociferar mirando al cielo «¡A Dios pongo por testigo que nunca más volveré a pasar hambre… en un ayuntamiento!».