Antes de empezar a hablar del Linkedin explicaré qué es, para los lectores que vivieron los años del hambre. ¿Cómo? No, los de ahora no, quería decir los de la postguerra. Linkedin es como un mercado al aire libre donde te puede ver todo el mundo y tu eres un obrero que espera que pase la furgoneta de un empresario, te mire de la cabeza a los pies y te haga subir. ¡Vaya! Un mercado de esclavos. ¿Entendido? Pues recibo a menudo correos eléctricos con esperanzadoras frases como esta: «American Cast Iron Pipe Company y Associated Grocers of the South se han interesado por tu perfil». Tu ya te ves trabajando en Alabama, con un sueldo de $10.000 a la semana, una casa de madera, un SUV Cadillac -como la del Obama-, un perro y tres criaturas más rubias que la Corinna jugando en el jardín. Seis años después, sacas la SIM del móvil y la limpias pensando que no te funciona, porque no te ha llamado ningún CEO, ni americano, ni de Maspujols. ¿Qué mueve a esta gente a querer saber cómo es un tío de Tarragona con barba y barriga, con menos estudios que Scooby Doo, y la misma actitud y aptitud que Scooby Doo? A ver, señores, por qué no dejan ya de cotillear mi Linkedin y se dedican a tejer lana? Cualquier día me hago pasar por una empresa europea y les pido un presupuesto para comprar cinco mil casas de madera o llenar un mercante del tamaño del Titanic con aquellas porquerías que beben, como el jarabe de arce o la Coca-cola con gusto a aceitunas negras. Cuando enviasen la factura, les diría «Gracias, vayan cargando el barco que yo, ya, con tiempo, me miraré su perfil».
Antes todo era diferente. Un amigo te informaba que buscaban a un periodista, iba a una entrevista, y te decían: «ya le llamaremos». Después de tres meses recorrías el cable de la línea de teléfono por si el perro la había mordido. Llamabas a la empresa y te decían: «No nos interesa su perfil».