El lunes una seguidora de Facebook me dice que su hermana es «superfan» de este artículo. Enseguida le he preguntado si estaba soltera. Un comerciante de mi calles me dice, mientras abre la oficina, que le gusta mucho leer los Mandamientos. Un amigo dominicano, quiero decir de las Dominicas, dice que pronto subiré en el número de seguidores en Twitter y hay gente que ha cambiado la frase «café y cigarro, muñeco de barro», por «cigarro y mandamiento, ya voy que caliento». Pero cuando medito en casa, en silencio, oigo como llega el vecino con su caja de herramientas y la deja en el suelo. Entonces pienso que el pobre no debe oír estas frases que a mí me dedican y que, probablemente, no tiene una señorita que le escriba en Facebook «me gusta mucho como gira la llave inglesa debajo del desagüe de la cocina». Cada cual tiene lo que le toca: a mí me tiran flores mientras conduzco la moto vestido con una túnica romana, y a él le tiran billetes de veinte euros mientras se arrodilla bajo una pila vestido como un esclavo. El caso es que la gente dice que se ríe con este artículo, pero si viesen el saldo que tengo en el banco, entonces sí que se reirían, más que si se fumasen un cigarrito de maría durante un monólogo de Ayuso.
No puedo evitar la envidia. A mí lo que me gustaría es poder escribir un libro como el de Puigdemont y publicar mi agenda. 22 de septiembre: Me he levando y he oído a Jordi Basté que habla de que un fiscal del Supremo critica a sus compañeros. He decido irme a dormir después del Telenotícias del mediodía hasta el día siguiente. 23 de septiembre: Me he levantado y he oído el «davantal» del Basté a las 8 de la mañana, entonces he decidido irme a dormir hasta el día siguiente. ¿Verdad que es apasionante?