Soy un enamorado de Madrid. No tan solo de aquellas avenidas y edificios señoriales, sino también de cómo saben disfrutar de la vida los madrileños, y también de las familias trabajadoras de Carabanchel. Admiro la inteligencia de aquellos vecinos sencillos, republicanos y obreros, que saben votar y que tienen un discurso que ya querrían los cabeza de alcornoque que cantan en el Congreso. De Madrid me gusta todo, desde el zoo sin cocodrilitos Lacoste y águilas, hasta los camareros, pero no me gustan los políticos que quieren perjudicarla. Hemos pasado de la «relaxing cup of café con leche», a la mala leche de una relajada autonómica.
A lo largo de mi vida profesional, sin saber por qué, me han quedado grabadas imágenes en el cerebro mientras el resto de la escena se ha borrado. Para que me entendáis, un libro sobre la Guerra Civil en una cuneta de aquella carretera de árboles que comunicaba Reus y Salou. Había salido disparado en un choque entre dos coches y quedó por azar al lado de un caset de Duncan Dhu. También conservo en la cabeza alguna frase de una conversación con Jordi Tiñena o Rafael Nadal. Pero, volvamos al tema de la capital. Pedí a Renfe hacer un reportaje sobre el AVE de Barcelona y Sevilla. Cuando salimos de Sants pregunté a Antonio Carmona -el de prensa- cuánto tiempo se paraba en Madrid, y aquí llega la frase que me quedó grabada: «No, no, este tren no pasa por Atocha». Entonces me di cuenta de que por fin entrábamos en una nueva era en la que hacíamos un «corte» a la «Villa y Corte». Yo no quiero que cortemos nunca con las familias trabajadoras de Carabanchel, ni con los camareros, ni con los calamares… pero sí con alguna merluza de la Asamblea.