Ferran Gernard, Jordi Tiñena y yo hemos llegado en uno de aquellos Yellow Cabs, conducido por un taxista haitiano con un inglés que no se lo deseo ni a Ana Botella. Como que la imaginación me permite mover el tiempo como me sale de allí, estamos en el año 1974, estamos en la calle, delante de los estudios de la NBC, en el 30 de Rockefeller Plaza de Nueva York, y nos ponemos en la cola del público del show de Johnny Carson. Yo soy un crío, pero ellos ya están en la veintena. Por nuestro lado pasa una pareja. Ella es una señora que fuma, con el brazo escayolado, acompañada de un tío que daba miedo -debía ser su macarra-. Al cruzarse con nosotros, Ferran le ha lanzado un «Chata, vienes de la guerra de Vietnam?». La putita, Jordi y yo hemos aguantado a aquel gorila como hemos podido, mientras Ferran corría como una jirafa con abrigo por la calle 49 Oeste, riendo como un loco. Un hombre ha salido a la puerta de los estudios: «They are coming in five minutes. Puto ut your cigarretes». Ferran ha vuelto, todavía riendo, y me ha removido el pelo diciendo que parezco Pablito Calvo en la peli «Un ángel pasó por Brooklyn».
Delante nuestro, en la cola, hay un chico de la edad de mis acompañantes que lleva dos niños. Hablan entre ellos en catalán, y me ha generado curiosidad. Tiñena ha gritado: «¡Ostia! Lluís Llach». Uno de los niños ha dicho que es de Amer, y otro de Blanes. Les he dicho que estoy allí porque cuando sea mayor quiero ser pianista, como Errol Garner -que actúa aquella noche en el show de Carson-. Los dos niños han contestado al unísono «nosotros seremos presidentes de la Generalitat». He reído de la ocurrencia. Al acabar, los seis hemos entrado en el pub The laughing cow, en la 6ª Avenida. Gernard ha gritado: «Ponnos seis ratafías, Mosco».