Ni Félix Rodríguez de la Fuente en sus mejores tiempos habría encontrado una especie tan difícil de ver. Se trata de la absolutionem imponebantur una rara especie que antes existía en los tribunales españoles, pero que había desaparecido y se pensaba que se había extinguido… hasta ayer. Todos los ornitólogos del país esperan hoy que aparezca otra vez para fotografiarlo y que quede en el recuerdo. Tendríamos que intentar unir la absolución y el in dubio pro reo (en caso de duda a favor del preso) para que naciesen híbridos que no permitiesen las acusaciones falsas, las prisiones provisionales largas y, en general, las injusticias por motivos ideológicos. Ya, ya lo sé, que si la Constitución Imperial, que si el pretor… este cuento ya me lo sé. Cada noche cuando me retiro a mis aposentos para descansar de mi actividad diaria, viene Iceta y me lo explica para que me duerma plácidamente.
He de reconocer que antes del movimiento sísmico con epicentro en el Estatuto recordado, Concha Espejel me caía bien. Al verla ayer que, como presidenta, había dictado una sentencia absolutoria, volvió a mí la fe en aquella magistrada a quien conocí a principios de los años 90 en largos juicios penales. Era una mujer fuerte. Después he sabido que el único voto particular contrario es el de ella, y he vuelto a visualizarla como una de las tacañonas del «1, 2, 3,». Es evidente que si tienes un marido que es un coronel de la Guardia Civil, Pérez de los Cobos y Tácito tienen que ser vistos a la fuerza con simpatía. Me la imagino llegando a casa: «¡Cariño! He absuelto a Trapero». «¿No has podido hacer nada para evitarlo?» «He dado un voto particular en contra». «Bueno, algo es algo, ¿qué tenemos para cenar?» «Hoy toca cabeza de turco al horno».