Como no me gusta el futbol ni las series, el día que hay «show bussines» en el Congreso de los Diputados para mí es como un día de fiesta. Cojo un kilo de palomitas y una botellita de Ratafía del Vall de Boí y pongo el Canal Parlamento. Me entusiasma ver a políticos hablando a cualquier hora del día por la tele. Ya sé lo que dirán antes de hablar, pero, también sabemos que Betty La Fea acabará casándose con su jefe y bien que os lo miráis. A medida que va avanzando el pleno y corre la ratafía, empiezo a ver en blanco y negro. Aparecen en el hemiciclo Gutiérrez Mellado, Adolfo Suárez, Blas Piñar, Felipe González (el auténtico), todos fumando como carreteros y gritando horrorizados porque los comunistas romperán el sacrosanto régimen, como si fuese una figurita de Lladró de 4.800 euros. ¡Mira! Lo que cobra Ortega Smith, que por el nombre parece un cruce entre un camionero de Cartagena y un «ñord» inglés. Puestos a elegir apellidos mixtos, prefiero más a González Byass.
Al amigo Abascarla le salió el miércoles el tiro por la culata en su spot publicitario de más de diez horas, y recibió más golpes que un independentistas en la Loca Academia de Policía II. Por cierto, y me voy del tema central, pronto tendremos a Trapero en el lugar que le corresponde. Cuando todos regresen de las prisiones, los exilios, las multas y las acusaciones falsas y Cataluña vuelva a ser la que era, estaré riéndome un mes cuando se vuelva a proponer un referéndum de autodeterminación. Porque los votantes somos los mismos y los políticos también, no nos hemos evaporado como la ratafía. Por cierto, que le he explicado a la mujer que cuando me emborracho de ratafía veo el Congreso tan facha como en 1975. «No, chato, no, la ratafía se acabó el viernes pasado. Has bebido Soberano».