Creo que la jubilación ya está cerca, porque el médico me ha dicho que salga a andar. Así que me he probado todos los pantalones de deportes que corren por casa y me ha pasado igual que con este gobierno, que se me han quedado pequeños y estaban apolillados. He salido y he pasado por aquel puentecito cercano a la URV en dirección al camino de la Oliva. Me he cruzado con un señor que fumaba en pipa. «Buenos días…» y me dado la vuelta como una bala: «¿Usted no es Recasens, el exalcalde?». Ha meneado la cabeza asintiendo y me ha indicado que le siguiese. Ha entrado en un estrecho camino sin salida que acababa en un muro. Andaba delante de mí en silencio cuando, allí, delante de mis ojos, ha aparecido una plaza enorme llena de chalets, al estilo del sueño americano. «Caray, alcalde, esto es increíble». «Sólo podrás entrar si vas conmigo».
He mirado con la boca abierta a mi alrededor desde el centro de la gran plaza de césped. Ferran Gerhard y Tiñena han levantado un vaso de vermut des de una terraza invitándome a acercarme a ellos. Mientras me acercaba he mirado por la ventana de una especie de escuela y he visto a César Pastor (hijo) tocando un piano mientras Clara Zapater lo contemplaba absorta. «¡Moiii!, me ha gritado Fermí Morera des de su enorme moto, y yo le he contestado: «Vete con cuidado y no aparques encima de la acera que te meten unas multas…». «Si fueses más cívico, no te multarían», ha comentado una mujer detrás de mí. Me he dado la vuelta y era Ana Santos, que iba charlando con Cristina Centelles, que se reía. Delante de mí, un hombre gordito con barba caminaba medio jorobado. Se ha girado… y era yo. «Tranquilo, ya te lo explicaré. Ahora vete.», me ha dicho Recasens. Ayer volví a aquel camino. Sólo está el muro… y el recuerdo de todos los amigos que ya no están.