Un amigo controlador aéreo me llama por si quiero investigar un movimiento extraño que ha detectado en la base aérea de Torrejón de Ardoz. Un jet privado procedente de Cuba ha aterrizado en aquel aeropuerto para VIPS. ¡Hostia! He escrito a la de prensa de AENA, que normalmente me informa del precio de los bocatas en los aeropuertos. También a un espía del ministerio que me informó aquel año en que los socialistas obreros españoles enviaron a militares a las torres para sustituir a los controladores que reclamaban mejoras laborales. Mientras hablaba por el móvil, he visto que empezaba el juicio en la Audiencia Nacional. Aquel combate de pressing catch que enfrenta a «Letrado Enmascarado» y a «Huracán Chiquito». En un momento de la vista, cuando se ha preguntado por el Imán de Ripoll, se han abierto las puertas y en la sala ha entrado el ballet del Tropicana, con Celia Cruz cantando aquello de «Caramelo, caramelo, caramelo, daaame caramelo». Entonces, todos se han levantado y han empezado a bailar moviendo mucho las manos, como aplauden los sordos en aquel gesto tan Pepe Rubianes.
Uno de la rúa, vestido con lentejuelas y sombrero de frutas, ha gritado: «¡Hostiaaa!» y ha salido disparado, como si hubiese dejado una escudella en el fuego. Según me han dicho, era el ingeniero encargado de conectar los cables del satélite español Ingenio, que se ha perdido ocho minutos después de despegar. Ha vuelto a la sala llorando y, cuando todos le han recriminado su olvido, ha mirado hacia donde se sientan los abogados y ha gritado: «¡Menos duró la DUI de Puigdemont y no gritabais tanto!» Alonso-Cuevillas ha mirado al techo, se ha bajado la mascarilla y se ha metido en la boca un caramelo de arsénico.