He enviado un currículum a un diario de Irlanda. Me han contestado que lo estudiarán, aunque mi nivel de inglés sólo da para escribir el precio del periódico en la portada. Pero hay una frase en el mail que me han enviado que me ha sorprendido: «Why did you include your age in the resume?», que para los que no sois del club vinícola del Botín y la Botella quiere decir: «¿Por qué incluyó su edad en el currículum?». De repente me he dado cuenta de lo que es un país con derechos. Aquí, si tienes 47 años, eres una papelera de Pere Martell, y, si tienes 59 -como yo- protagonizas la película El hombre invisible. Es curioso que las mujeres también dejan de verte, o sea que no debe ser una cosa exclusivamente laboral.
Como mi padre era camarero, admiro a los que son profesionales trabajando detrás de una barra. Cada vez que me tomo una cerveza en un bar «petit» que hay cerca de casa, observo admirado a los camareros maduritos -vamos a no herir sensibilidades- que atienden al público con una eficacia que ya la querría yo en el Ayuntamiento, en el Congreso o en el Parlamento. El mundo funcionaría mejor. Y vosotros diréis que hablo de esto porque ya hago barbacoas delante de mi nicho, pero no es verdad. Me muevo en ambientes que están a punto de jubilarse, e incluso alguno trabaja teniendo ya la Tarjeta Dorada de Renfe y viajando con el Imserso. Un familiar de 64 años ha entrado a trabajar en una marisquería. Al poco tiempo, contrataron a otro prejubilado para la cocina. Ahora, los dos se jubilan y están desesperados para encontrar gente tan válida. ¿Cómo? Que Alberto Oliart era director de RTVE con 83 años, en 2011. Sí, sí, claro, pero como fue suegro de Joaquín Sabina, pues sigue joven porque nadie le ha robado el mes de abril, como a mí.