Siempre fardo de que tengo seis o siete libros escritos, como si fuese un tío importante con gafas de pasta y barriga, que vive de las editoriales. La parte abdominal es verdad, las otras dos no. He entrado en una librería de Reus y al lado de mi libro «155 Manaments del Moisès» hay uno que habla del Scalextric. ¡Ostras! Es de un amigo de infancia que yo pensaba que sólo jugaba a la pelota y movía el mando, no del Scalextric, no, aquel para el que los adolescentes no necesiten manual de instrucciones.
Este que veis a mi lado es el Dani. ¿Cómo que no ves a nadie? Sí, hombre, ponte las gafas, la entrevista de aquí a la derecha. El Dani Caballero forma parte de un pasado muy pasado de mi vida en Reus, de cuando éramos una peña que corría con equipos de Scalextric, técnicamente denominado Slot. Sí, amigos, antes de probar BMW y Nissan eléctricos y hacer correr tinta, había competido con coches eléctricos sobre pistas eléctricas. Como el ministro Ábalos con el AVE. La diferencia es que aquellos tenían siete centímetros de eslora. Ya lo sé, soy un cobarde, me tendría que haber atrevido a ser piloto de verdad. Pero, además del valor, que «se le supone», habría necesitado dinero; y en mi familia teníamos todavía menos que la caja de las pensiones. Y nunca mejor dicho, porque regentábamos una fonda. Entonces éramos unos adolescentes detrás del Francesc Xavier Sanz, que nos dirigía a todos, montando y desmontando pistas por montañas y desiertos. Ahora, 40 años después, veo que Dani, Sisco y Gomis siguen enamorados de aquellos tesoros en miniatura. La vida es un juego y yo celebro tener amigos valientes que se juegan la vida, porque editar un libro en estos tiempos es tener más valentías que ser piloto… y ciego.