Diari Més

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Érase una vez un país donde los habitantes vivían de cultivar patatas. El rey estaba estreñido y el médico le recomendó comer muchos kiwis. Así que hizo un real decreto ordenando que se arrancasen todas las patatas y se plantasen kiwis. Un joven y valiente campesino fue a decirle al rey que los ciudadanos no estaban dispuestos a dejar de cultivar patatas, ya que tenían ese derecho. Pero el monarca respondió que estaba escrito en la ley -que él y Dios habían aprobado- y que, por tanto, tenían que obedecer. A continuación, encarceló a aquel joven y le gritó: «¡Las patatas no existen!».

Pero los ciudadanos continuaban haciendo protestas por no querer plantar kiwis. Entonces dos hombres valientes volvieron a ir a ver al rey que las costumbres de un pueblo también son una ley, una ley natural. El rey les persiguió y tuvieron que salir del país. Desde su trono gritó: «¡Que las patatas no existen, idiotas!». Pero los campesinos continuaban reivindicando su tradición. Enfadado, el monarca envió a una compañía militar fuertemente armada con porras para pegar a los campesinos que no querían cultivar kiwis. Y anunció que ya no quería oír hablar más del tema, porque se estaba cansando. Mil labradores volvieron a manifestarse en la puerta del castillo. Todos fueron detenidos y juzgados. Entonces llegaron a la puerta un millón de campesinos más a las puertas del palacio. El rey se metió debajo de la cama y se tapó las orejas. Al ver el problema, su consejero le propuso que, si negociaba con ellos, seguro que aceptarían dedicar una parte de los sembrados a cultivar kiwis. El rey ordenó que ejecutasen a su consejero y volvió a gritar: «Las patatas no existen!».

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