Me pregunto qué hace el señor Miquel Sàmper cuando ve imágenes de sus policías cogiendo de mala manera a un periodista identificado con chaleco y cámara en mano. Me pregunto qué hace el conseller de Interior de la Generalitat cuando eso se repite un día y otro. ¿Tan difícil es frenar la práctica de maltratar periodistas? Os diré lo que haría yo: llamaría a mi despacho a los jefes de BRIMO y ARRO, les enseñaría el chaleco de color naranja fosforescente y preguntaría: «¿Sabéis qué es esto u os hago un croquis en la pizarra»? El chaleco y el brazalete de prensa los concede el Colegio de Periodistes, mediante una función delegada que está autorizada por Interior, después de presentar una serie de documentos que acreditan la condición de periodista en activo de la persona que los lleva. ¿Se puede pretender tener autoridad y que te respeten como policía cuando no se respeta la condición profesional de otra persona? A partir de ahora, cuando vea un policía, aunque esté identificado, pensaré que estoy ante un tío maleducado que lleva un uniforme de carnaval. Sería necesario que las instituciones, los políticos y los colegios profesionales llegasen a un acuerdo para respetar a los que ejercen esta profesión en la calle. Es como si a mí se me llevasen como sospechoso de asesinato porque estoy en la escena del crimen cubriendo el caso. Que la capacidad intelectual de algunos componentes de departamentos policiales sólo sirve para diferenciar colores ya es conocido, pero el señor político que manda en Interior tendría que poner orden, para que los periodistas -como yo- no nos pasemos toda la vida criticando la permisividad en estos incidentes. Miquel Buch ya se llenó de gloria. Pongamos remedio a estas vergüenzas -si me lo permitís- de una puta vez.