Como no soy padre, lo más parecido a que entre la felicidad en casa es que entre un jamón por la puerta. Un triste articulista como yo no puede comprar un para negra, más bien me las veo negras para comprar una pata, sea del color que sea. Así que fui al Bon Área (no, no me pagan publicidad) y miré todos los jamones que colgaban con cara triste. Adopté uno, muy simpático y cariñoso, y nos fuimos juntitos para casa. Caminaba con aquel estuche tan chulo que te dan cuando lo compras y que parece la funda de un violín, cuando me crucé con algunos políticos que hacían campaña. Alejandro me saludó y le enseñé orgulloso lo que había comprado. Me miró a los ojos muy serio y me dijo: «espero que sea ibérico, muy ibérico». La Carla, la de los animales del Ayuntamiento, me dijo que ella también tiene una funda parecida y que saca el violín cada vez que le preguntan por el independentismo. Cuando le dije que era la pata de un cerdo, no sé que gritó de lejos sobre el franquismo porque yo ya corría a hacerle la pelota a Pau Ricomà. Le pregunté por esta manía que tienen de ensanchar la base, si ya tenemos un aeropuerto con aviones de Ryanair. Eso sí, me da la impresión de que pronto volverá a ser base militar si siguen las cosas así. El alcalde se interesó por la raza del jamón, por si era Duroc. Le respondí que, si era del Bon Área, seguramente sería de Lleida. Él hizo el chiste malo del Duroc y Lleida, y yo seguí caminando por si me hacía la competencia como humorista. Finalmente, me encontré a Carrizosa, a él no le importaba la procedencia del jamón, lo que quería es que le cortase un poco para que se pasase el hambre.