Artículo extraído de mi diario personal: una Moleskine rosa con un candadito y un unicornio de purpurina que guardo dentro de una lata que me regaló Repsol. Ya veis que os tengo confianza. En 1999 olvidé aquella linotipia negra del Times para pasar a trabajar entre cámaras de televisión. No busquéis por internet para ridiculizarme, «¡destruhhhtore!». Uno de los que miraba aquel programa donde yo aparecía era el director de mi banco. Por cuestiones del destino, mis oficinas bancarias siempre han estado en Mont-roig y en El Vendrell. En una población pequeña los ingresos del narcotráfico quedaban más disimulado. Cuando mi director veía que mi saldo era más rojo que Anguita, me decía una frase que se me ha quedado marcada: «Moisés, con la fama no se paga la hipoteca». Aquí acaba la primera parte. Id a mear.
El año que llevamos de monjas de clausura, para mí ha empezado con mucha actividad. Me han llamado seis personas pidiendo mis servicios. Y vosotros diréis envidiosos: el cabrito del Moisés perderá los dedos de hacer facturas. ¡Pues, no! Me ha llamado un semi-desconocido para que le escriba la introducción de un libro de relatos. Y he oído la puta frase mágica: «Eso lo haces tú en cinco minutos». Que, al final, son las tres de la madrugada, te cuelgan los mocos como los hilillos del Rajoy, te has tomado ocho cafés y la introducción no sale. Después, dos personas para dar charlas. ¿Cobras? No, me dan miedo las serpientes. Dos más para presentar libros, cinco estudiantes que hacen un trabajo sobre prostitución… Me ha llamado el director del banco: «¿Qué? ¿Ya volvemos a las andadas? Aquí no hay un duro. «Es que la gente me pide cosas…». «Moisés, con la fama no se paga la hipoteca».