Cada día voy mirando la tele, oyendo la radio y mirando el móvil para ver cuándo me vacunarán. Que si los maestros, los presidiarios, los menores de 55 años, los rubios, los que miden menos de 1,70, a los que les gusta la música clásica… al final vacunarán antes a Franco que a mí.
Ya veréis como el día que nos pinchen a los andaluces de Jerez que viven en Tarragona, tienen 60 años y trabajan de periodistas, algo fallará. Soy un gafe, un mala estrella. Seguro que delante de mí habrá un tío que dará mucha rabia, con un tatuaje de la SS -sí, hay gente que se tatúa la Seguridad Social en el brazo para recordar la deuda que tiene con ellos-. La enfermera abrirá la caja de Pfizer y dirá, «¡Vaya! La última, lo siento Peñalver».
También, como no sabes cuándo te vacunarán no te atreves a irte de vacaciones. ¿A dónde? Pues a un huerto urbano de aquellos que fascinan a los jubilados, porque si no puedes salir de la comarca, a menos que vivas en la comarca de Las Cinco Villas, en Aragón, no es que no necesites coche, es que no necesitas ni las piernas. Para que os hagáis una idea: el Tarragonés tiene 318 kilómetro cuadrados, pero esta comarca maña tiene 3.000, así que, allí, un confinamiento comarcal es como si a ti te dejasen viajar por toda Rusia. Seguro que los pobres de la comarca del Bajo Bidasoa, en Euskadi, con 71 kilómetros cuadrados, sólo deben poder salir de casa para ir al kiosco de la esquina a comprar el Gara… o el ABC, dependiendo del confinamiento, no el geográfico, el mental.
Recuerdo aquellos años en que, de niño y de soldado, la mala cara que hacías cuando te vacunaban. Ahora, probablemente le pegarías un morreo a la/el/lo que tenga la jeringuilla en la mano.