Diari Més

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De todas las notas de prensa que recibo a lo largo del día, hay una que me ha hecho feliz. No, no me refiero a la aprobación de la renta mínima o que estudian que haga el pregón el año que viene. (Va, Pau, anímate, que soy divertido… pero de Reus). La noticia que me ha alegrado el día es que la tarraconense Maria Piñol cumplió el lunes 100 años. Soy un enamorado de las personas que han vivido nuestra historia. Siempre se dice aquello de que ha vivido el nacimiento de la Segunda República, la Guerra Civil, la falsa transición… Por cierto, que Maria tenía diez años cuando Alfonso XIII se fue a Roma, y noventa y nueve años cuando el emérito Alfonso XIV se fue a Arabia. Si la cosa sigue así, quizás también podrá ver como sube a un avión Alfonso XV. ¡Basta de política! El artículo tenía como intención felicitar a Maria, pero también intentar explicar qué es una vida centenaria sin recorrer a los tópicos que he mencionado antes.

Maria, de pequeñita, debía ir al cine a ver películas mudas. En aquellos años en los que nació, era habitual que los cines fuesen barracas que venían por las fiestas de Santa Tecla, aunque ya se hacían algunas proyecciones al Ateneu y al café de las 100 Portes. En su juventud mandaba Miguel Primo de Rivera, de Jerez, como yo. Fue a la escuela durante la Segunda República y, probablemente, escribirá catalán mejor que sus hijos. También he tenido la paciencia de sumar cuántas veces ha comido a lo largo de su vida: si tenemos en cuenta que haya hecho tres comidas al día, son 110.000 veces que ha puesto la mesa. Cien años, cien Navidades, centenares de copas de cava como la que hoy me sirven para brindar por su cumpleaños. ¡Felicidades, Maria!

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