Antes de que me acuséis de insultar a nadie: «No es la economía, estúpidos» fue un lema de campaña de Bill Clinton. Ya sabéis, aquel presidente norteamericano preocupado por las «necesidades» de los ciudadanos, pero, principalmente, por las suyas.
Yo soy un hombre infantil y sin profundidad, aunque con mucha anchura. Si yo, fantasioso, veo infantil la actuación de europarlamentarios, algunos miembros de la judicatura, ministros o fuerzas de seguridad… ¿Cómo deben ser ellos? A ver, señores, los presos políticos catalanes y Puigdemont no son la base del conflicto entre Cataluña y España. Imaginemos que los represores tuviesen un «grillo ruidoso» de la peli «Men in Black» que pudieses hacer que la colla pessigolla desapareciese de las cárceles y del parlamento de Bruselas para vivir en una isla desierta en la Polinesia. ¿Qué hacéis con los millones de ciudadanos que les votan? ¿Los enviáis a Marte? Es absolutamente infantil erigirse en un Gargamel que persigue a los pitufos exiliados. También es infantil pensar que enviando un ejército de policías acabarás con un movimiento político cada vez más presente en las instituciones. Si cualquier empresa mediana ya tiene un director de estrategia y/o un experto en crisis, ¿Qué cojones les pasa a los que tiene que acabar con este ping-pong de «ahora has perdido tú, ahora he ganado yo»? que los ciudadanos tenemos que sufrir cada tres o cuatro meses. Vivimos hace años en una continua espera de decisiones que todos quieren retrasar porque, sencillamente, nuestra grande, cromada y pulida democracia ejemplar no tiene previsto jugar a las libertades. Los que mandan dicen que tienen las manos extendidas para encontrar una solución, estaría bien que cuando las extendemos desde aquí no nos pongan unas esposas.