Este artículo no le gustará a alguna gente y muchos de los que han comprado un libro mío, lo tirarán contra la pared. Me explico: No soy un gran escritor. No soy un pequeño escritor. No soy escritor. ¿De acuerdo? No sea que alguien me vea como una diva del Molino con plumas, medias y la boca pintada. Ya sabéis, y si no lo sabéis, os lo digo ahora, que he sacado al mercado una novela para niños y púberes que se titula «El corredor de Tarraco». Como decían los de Movierecord, ya todas las pantallas y también la recepción del Diari Més, si lo tiene cerca de casa. Pero, a diferencia de otros escritores, a mí me pasa un fenómeno curioso: alguien compra un libro, contacta conmigo y me dice que quiere quedar para conocerme y que le firme el libro. No pasa nada ... mientras no vendas cientos o miles de ejemplares. Para algunos, la compra de un libro implica coger la agenda del escritor y escribir allí lo que le pasa por el coxis. Cuando digo que me va mal, ellos responden que me han comprado el libro. Como diciendo, he pagado para ver el espectáculo y, si no lo haces, devuélveme el dinero. A ver, sabelotodo, ¿Cuando compras una novela del Cercas (que yo lo querría «lejos») o de Pérez-Reverte, le dices de quedar al Motoclub? No, ¿verdad? ¡No lloréis, hombre!
Ayer, salté de la silla como un ministro cesado cuando vi que el Espacio Abacus ha puesto en marcha una iniciativa muy buena. Un escritor participa en una charla telemática desde Londres o La Bisbal del Vaticano y, en un momento dado, ¡Tachááán! «Y ahora os dedicaré los libros». Traen un robot que escribe en el papel lo que escriben en el otro lado del mundo. Así que, como no se puede volar, salgo de casa con un taparrabos, como Tarzán, pero con mascarilla, y tiro nadando hacia América para traer una de estas maquinitas.