Si os pregunto quién es Juan Joya Borja, cogeréis el móvil y entraréis al Google, que es la versión moderna del «no tengo ni idea». Sí, amigos, es el famoso Risitas, aquel personaje que ha hecho reír a media Europa. Lo digo porque ha hecho publicidad incluso en países tan serios como Finlandia.
Ya, ya sé, que este tipo de humor es estridente y poco entendido en entornos culturales, pero hay un colectivo que me merece especial respeto: no, no son los registradores, los notarios o los jueces que superan largas y difíciles oposiciones; por los que siento más respecto es por los humoristas: Capri, Gila, Paz Padilla, Chiquito o Judit Martí ( «La Vane» del Clapés). Me enorgullezco de haber hecho de humor en la tele y de haber salido vestido de payaso en un escenario. Ya, ya sé que es más prestigioso decir que tienes libros de investigación periodística en vez de explicar que un día una coreógrafa te enseñó a cogerte los huevos como el Michael Jackson. Pero, precisamente por eso, por haber estado -modestamente- en la piel de los que tienen que hacer reír, valoro el empuje y el coraje de los que se ponen ante un público, sea del «Polonia», «El Club de la comedia» o el «Buenafuente». El año 2004 el Xen me envió a hablar con Jesús Quintero a Sevilla, en una calle junto a la Giralda, la productora «Ratones coloraos» donde el «perro verde» hacía dos años que daba los famosos cheques al Risitas , con quien estuvo a punto de coincidir en la misma empresa. Hace unos días he leído que el Risitas ha muerto y me he entristecido porque, a pesar de ser un friki televisivo, Juan era una buena persona, que llegó a la fama gracias a un talento innato que mucha gente sencilla y trabajadora merecería. Ríe, Juan, ¡ríe!