Los politólogos deberían tener un mercado como el que hacen en Bonavista. Que montaran su parada y gritasen como en Hyde Park de Londres, subidos a una caja de madera de sifones Gili. Los más tímidos podrían poner una mesita plegable de tijeras con un mantel con motivos esotéricos y una bola redonda. El Ayuntamiento del Ricumanus Maximus crearía una normativa de uniformidad que sería: túnica con estampado africano, tanga de tigre y pañuelo atado en la cabeza. Un largo pasillo del «mercadillo» estaría dedicado a la cocina y la ocuparían sociólogos, como el José Félix Tezanos, haciendo recetas para cocinar sondeos: «El Rey es una canción mexicana», «Calabazas tibias en salsa republicana», «Espagueti Vox con tomate, pepperoni y albahaca». Agricultura participaría poniendo chiringuitos para promocionar los productos de España y se escribiría una mini constitución ex profeso que indicaría que sólo se pueden exponer pimientos. La Generalitat también haría un mini estatuto para regular el mercado. Estaría muy cerca de las paradas de utensilios de cocina, especialmente las tijeras y la máquina de picar carne.
Fui domingo. Me quedé helado cuando uno de los politólogos, el Maestro Rahola, me confesó que él ya había visto en la bola mágica que volveríamos a ir a las urnas en el momento que se convocaron las elecciones de febrero. «Están Haciendo teatro con el de la negociación. Eran unas elecciones impuestas y la manera de dar por saco es que no sirvan para nada». He mirado al cielo como buscando la estación espacial, pero no, estaba pensado que este Raholo es un tipo más listo que el Coscubiela. De repente, he encontrado un pasillo donde vendían lámparas, un hombre me ha gritado: «¿No necesita un farol?».