Una vez terminada la partida de Tetris en el Parlament y ahora que todo el mundo está tranquilo en Madrid con el Ayuso intermitente, ya no tengo a quien criticar. En este país puedes decir que un político es idiota y no te pasará nada ... ¡pero a él tampoco! Así que a mi pobre cerebro le pasa como a los de Ciudadanos, que no saben ya qué inventar, y le digo a mi mujer que me apunte ideas. He encontrado un post-it que decía: «cómics», y me he tirado a escribir del Joan Capri. Pero luego me he cruzado con ella en el pasillo de casa (vivimos juntos, pero no hablamos) y me ha preguntado por los «tebeos» «¿Tebeos? ¿No, me has escrito cómicos?».
Música. Servirá cualquier canción triste de Alex Ubago o la banda sonora de La Lista de Schindler. Tengo un piso que es un confesionario de la Catedral, pequeño y del siglo XV. Así que he cogido un trastero, eso que nadie sabía qué era hasta que han hecho una serie, como los «antidisturbios». Los trasteros se pagan por metros, así que, apilando cajas, los de Amazon son unos mierdas a mi lado. Un camión me ha llevado todo lo que ya no cabía en casa. Aquello parecía una intervención policial con diez personas empujando una puerta, pero, al final, con el ariete lo hemos conseguido. Entonces, un tal Albert -debe de ser un tío caliente para que le llame el Rayo del Serrallo- me ha regalado unos cómics antiguos para que los guardara con «cariño». Gracias, amigo, pero he tenido que llamar un regimiento de Zapadores para meterlos en el trastero. La entrega ha sido también interesante: una chica con gafas de sol (debía de ser su pareja) me lo ha entregado a una esquina con mucha discreción. Me ha soltado la bolsa en las manos: «Aquí tienes lo tuyo». Os tengo que dejar que tenemos el recuento en prisión.