Ha venido un electricista a ponerme un ventilador de techo. Por lo que me cobrado diría que ha montado un aerogenerador de aquellos de noventa metros de diámetro, con la montaña incluida. Ha tardado menos de una hora y le he pagado como si hubiera trabajado en la estación espacial con gravedad cero. En este caso, con dos ceros. Entonces me he planteado una duda existencial: hay gente que cobra por horas de trabajo y de otros a los que el reloj nos sirve lo mismo que un tatuaje en la muñeca. Permitidme que calcule cuánta pasta pierdo en un día.
A las diez de la mañana ha llamado un señor que decía que era de MásMovil, que si habían comprado Euskaltel, que si la abuela fuma, que si tenía un minuto para hacer una encuesta. Y, claro, este «minuto» se ha convertido en un cuarto de hora en la que te pregunta incluso el número de zapato de tu difunto abuelo. Después he llamado para pedir hora al médico de una de estas mutuas que pagas cada mes el equivalente a una cena romántica y cada cinco años te penetran con una cámara para hacerte una colonoscopia poco romántica. Cuando llamas a «las chicas del cable» lo tienes que hacer desde un teléfono con manos libres, porque así puedes bailar los doce minutos de música de la centralita. Cinco veces han llamado al portero automático de casa: el del correo comercial, un vecino que se había dejado las llaves, el de Tecnocasa preguntando si quiero vender el piso, el del gas que estaba empeñado en hacer una foto del contador ... total, que he calculado que entre todo lo que he hecho en un día me han robado unos 200 euros de tiempo. Ahora, cuando he calculado que he perdido más tiempo y dinero ha sido oyendo a gente que también cobra por horas: los tertulianos hablando del indulto.