Como me dicen por las altas esferas que siempre estoy vomitando de política, os he entretenido estos días hablando de patatas fritas, del cumpleaños de mi moto, de la luz ... pero ahora ya toca. En el fondo también hablaré de motos (la que nos quieren vender), de electricidad (que ya nos lo han vendido, bien cara) y de la patata, la de la protagonista femenina del drama religioso-fantástico de Zorrilla. Me refiero al dramaturgo, que luego me acusan de cosas que no he hecho, como a Cuixart o Sandro Rosell.
Un día fui a Estrasburgo, creo que era en una presentación de un modelo de Peugeot. Y en vez de visitar el Parlamento Europeo o la Corte de los Derechos Humanos, nos llevaron a un restaurante en frente de aquel templo que los arquitectos idearon para 800 eurodiputados de los que nunca he contado más de una docena cuando sale por la tele. Tres de los apóstoles del templo ya los conocéis, San Carlos, San Antonio y Santa Clara. Yo agradecí esto de ver el Parlamento desde la mesa del restaurante, porque con mi peso, las visitas guiadas son como un tour hacia la UCI. Mis piernas no están preparadas para aguantar mi constitución de 110 artículos. En cambio, ¡es curioso! Estar sentado comiendo me va mucho mejor.
En el restaurante, el camarero se acercó y me preguntó si quería la carta. «¿Prefiere la del Junqueras o la de Sánchez?». «Mejor un menú barato, no me gustan estos platos», contesté. «Aparte de la carta, hoy tenemos Suprema de pollo». Le rectifiqué: «No será Supremo de gallina?». Entonces entraron dos señores vestidos de negro y el camarero susurró: «Son magistrados del TEDH. Hoy comerán sapos con patata caliente».