Tengo familia que, en los años setenta, estaban en el equipo médico de la Clínica de la Concepción de Madrid. Así que cuando mi padre tuvo cataratas, fue a que le operaran allí. Recuerdo que el dictador estaba a punto de morir y el payaso Fofó estaba ingresado en una habitación cercana. Era en 1975, con Franco en la cama, y mi prima me llevó al Museo de Cera, que estaba y está en la plaza de Colón. Había muchos personajes famosos y ninguno se parecía al original, excepto los muertos, más que nada porque tenían el mismo color de cara. Entre ellos, estaba el Lute, un hombre -ahora abogado- que era para los de la época como lo es ahora Puigdemont. Ya os podéis imaginar que allí se concentraban un buen rebaño de actores de la película «La Pasión Turca». Mi prima y yo nos hicimos una foto allí en la plaza, ante el Museo de Cera. Años más tarde, colaboraba con una guía gastronómica que estaba en la calle de Serrano, y cruzaba de vez en cuando la misma plaza. Ya tenía móvil y me hice una selfie bajo aquella cascada de agua. He estado dos veces más: uno cuando la Kia nos invitó a la discoteca Joy Eslava. Acabé perdido y - ¡cómo lo diríamos finamente? - bebido, preguntando en la misma plaza como e iba al hotel. Finalmente, hace dos años estuve en el Supremo, y volví a pasar por el mismo lugar cuarenta y cinco años después de la primera foto.
El domingo recordé aquellas visitas a Madrid viendo la nueva foto de Colón. Cuando la veo, en mi cabeza vuelve Franco en la cama, muñecos de cera muertos en vida, y, sobre todo, payasos -como el Fofo- perdidos por Madrid. Ah, me falta una referencia gastronómica: ¡comer mierda! hala, «¡Viva el vinooo!».