En septiembre de 1976 dos señores entraron en mi casa. Tranquilos, no tenían intención de robar, pero acabaron embolsándose algún duro. Dijeron a mis padres que la informática abriría las puertas del futuro y que los ordenadores serían herramientas imprescindibles. Yo pensé que esos tipos eran mormones o habían desayunado hongos alucinógenos. Pero, tenían razón, el futuro ha sido así, excepto para «Saber y Ganar», donde todavía tienes que enviar una postal.
Ahora, los gurús del mundo laboral -que han trabajado menos que Abascal- dicen que el 80 por ciento de las profesiones del futuro aún no se han descubierto. Y yo, que ya sabéis que tengo un mar de conocimientos de un palmo de profundidad, he querido contaros dos de estos oficios que vendrán. El primero es el interpretador de códigos. No, no de Fortran, ni Basic, ni Cobol ... de códigos legales. Tendrán unos gabinetes al estilo Rappel y, en vez de una bola de cristal, mirarán tu futuro en el Código Penal, el Civil y la Constitución. Tú irás allí con la duda de saber si lo que has hecho es delito o no. Aquel señor, o señora, o senyoreoa, con un pañuelo en la cabeza y una túnica, mirará al cielo y dirá: «Pito, pito, gorgorito». Entonces se oirá una voz del cielo que sentenciará: «Con sumo gusto le informo que lo que me consulta no está tipificado». Otro trabajo que también nacerá será la de «cuñao» oficial, y se llegará mediante una licenciatura en la URV. Los graduados tendrán un gran prestigio y harán clases magistrales en los bares. Serán como los cuñados de ahora, pero diciendo cosas como «el artículo 149.1 de la Constitución concentra todas las competencias». Entonces todos los borrachos del bar aplaudirán. Más o menos, como ahora.