Recuerdo aquellos días en que el Josep Maria Bonet, también conocido como el Sancho Panza del Ingenioso Hidalgo Don Quijote Ballesteros, batallaba con la brigada de limpieza para quitar los lazos amarillos de los molinos de viento de la muralla de Tarraco. Los íberos los colocaban por la noche y los centuriones municipales los quitaban por la mañana, después de que Pepepótamo Bonet lanzara su hipogritohuracanado por teléfono. Era un juego divertido, para mí, claro, porque me parece que el Pepus Felix hubiera vuelto a abrir la prisión de Pilatos para meter los hiperventilados como un servidor. Eso sí, haría confeccionar un uniforme penitenciario amarillo, porque aquellas mazmorras fueran más agradables.
Hoy pensaba que aquellos plásticos del color del que huyen los toreros tenían la intención de pedir la libertad de los presos políticos. Pero, ahora, que ya están en libertad, ¿qué hacen? ¿Publicidad de los autobuses de Malta? Mientras tomaba un gin-tonic en una terraza he pensado que los lazos amarillos los podría comprar Ikea para hacer publicidad. Un camión recorrería toda Cataluña recogiéndolos a domicilio y en una imprenta de Cornellà se imprimiría el logo de los que tenían que venir a Tarragona, pero se perdieron en el Ordal. He tenido otra idea genial: el dinero conseguido de la venta de los plásticos se podría ingresar en una cuenta para avalar el dueño del Mas Colell, y seguro que también llegaría para los masoveros. Por cierto, me he preocupado cuando he pensado que ¿Qué arrancarán ahora los de la Inés Arrimadas? Acabo de recordar un chiste algo grosero sobre un gorila que se escapa del zoo y corta los indepes lo que les cuelga. El problema es que primero corta y luego pregunta a la víctima si le gusta el color amarillo.