La Alaska canta en el Campo de Marte y mi mujer grita y baila como si Messi hubiera fichado por el Athletic y ella se quedará con un tres por ciento de comisión del contrato. Sí, es de Bilbao. La tía se sabía todas las letras, mientras yo miraba de reojo y, disimuladamente, gestionaba con la boca haciendo playback. De vez en cuando movía la tibia y el peroné. Otro día, vamos al campo con los abuelos de Noa, una amiga, y se ríen porque me preguntan por qué árbol, qué cultivo o qué seta es la que tenemos delante, y yo no tengo ni idea. Claro, he crecido en una ciudad. En el Serrallo, el Xavier Veciana, el Mosquit o el hijo del Guerrita me hablan de marcas y modelos de peces, y yo no conozco ninguno. En 2004, trabajando en El Prat, cerca de la Ricarda, un compañero de trabajo me dice, «mira, ese es Messi», refiriéndose a un tipo argentino que ha salido de un spa de Gavà. «No entiendo de fútbol», digo, avergonzado. Pero he empezado a preocuparme porque me he dado cuenta de que sólo sé que no sé nada, como aquella frase de Platón. Y lo más problemático es que tengo seis o siete libros publicados y hace treinta años que soy periodista. Ah, y vosotros diréis ... pero, hombre, de política sabrás mucho. Pues no, no tengo ni idea. Los veo que bailan, se abrazan y lloran, pero para mí es otra ópera que se ha programado en las fiestas. Y si me dicen que tal o cual es concejal, por ejemplo, el de Patrimonio, creo que es quien se encarga de los matrimonios entre dos hombres. En fin, que me permitiréis que os cuente una bonita anécdota: un día me crucé por los pasillos de Mundiauto con una chica y yo iba con un amigo y le dije «mira, es la Sophie Evans, la actriz porno». Él contestó, «de eso sí que entiendes, eh, Platón?»